El caso es que, en un país con diferencias tan arraigadas de casta, religión y raza, sucede en el presente lo que nunca antes: los escolares suspiran por matricularse en centros públicos. El hecho de leerlo en The New York Times de hace algunos días me hizo saber que un cambio necesario se había puesto en movimiento dentro de ese gran hormiguero humano que es la India. Lo cual me indujo a comentar el contenido de ese escrito cuyo protagonista es Paswan, un niño que hacía novillos, durante semanas y meses, en una escuela de Delhi con techos estañados de hojalata, letrinas inmundas y grifos rotos. 

Recientemente, Paswan, de 20 años, vestido con uniforme azul de flor de lavándula, ha ingresado en la school night del mismo centro reconstruido y con baños limpios, porque tiene la ilusión de llegar a ser un top officer. 

Asimismo, en la India de este tiempo, millones de familias que antes proferían gritos y quejas a causa de sus edificios decrépitos, gestión corrupta e insalubre servicio de comedor, ahora creen que solo un esmerado nivel de educación puede hacer restallar la endémica pobreza de un país con enorme producción económica. 

Por eso, el giro del sistema educativo ha sido tal, que hasta algunos ministros del Gobierno se sienten felices por enviar a sus hijos a la escuela pública, debido a su valorada consideración social y a que se han destinado billones de dólares para renovar construcciones arcaicas, algunas de las cuales carecían de agua potable y estaban llenas de serpientes. 

Así y todo, Paswan, personaje principal de esta historia, que trabaja de basurero a tiempo parcial, vuelve por la noche a casa, con el cuerpo cansado y la mente sacudida de emociones pero, antes de tenderse en el duro lecho, lee el Sanscrito y escribe en su cuaderno: "por más que he repetido curso, sueño con ser un top officer".