Que la trilogía de la pasarela del Labrit es una obra que estamos leyendo todas y que todas estamos seguras de que tendrá secuelas, así como el cuento corto de la bandera de los Fueros, no admite duda ni discusión. Incluso la gente de bien y la gente normal de Maya la está siguiendo. Maya, alguna vez lo he dicho, es un personaje singular pero corriente y de reacciones infantiles. Llegar a un puesto de relevancia supone para él poder cumplir con esos caprichos que de otra manera se quedarían como sueños inalcanzables. Su meta es ésa. Trabajar para mejorar la ciudad o beneficiar a los ciudadanos con sus decisiones y actuaciones son “daños colaterales” y por eso le sale todo mal. La bandera, después de costarnos 200.000 euros, le quita vista a un vecino. Y la pasarela, después de costarnos ni se sabe (porque no se sabe) cuánto, no tiene fecha de finalización, por lo que tampoco tiene límite en su coste.

La solución hubiera estado en cobrar la indemnización correspondiente del seguro, reconvertir la pasarela en un tobogán gigante y montar unas tirolinas paralelas, para regocijo del personal. Siempre sería más barato, más divertido y más seguro. Eso sí, habría que instalar un telesilla para la subida y no estaría de más una red de seguridad, como en el circo, por si alguien se espatarra por sobredosis de entusiasmo. Así no tendrían que preocuparse los usuarios del carril bici por si les cae encima granizada de personal. No estaría de más poner unas terrazas hosteleras, en ambos extremos, para que disfruten los mirones o las ancianas que ya no estén para deslizamientos de riesgo, tomándose unas cervezas o unos batidos. Hay soluciones para todo, señor Maya. Pero hay que buscarlas, sin empecinarse.