Es una afirmación que la he oído muchas veces en boca de los protagonistas del famoseo, y recientemente la ha dicho un flamante premio Nobel de Literatura tras una sonada separación de su pareja: “No me arrepiento de nada”. La oigo, la leo y no puedo dejar de estremecerme. ¡Dios mío! ¿Cómo es posible que uno no tenga nada de qué arrepentirse?

En un breve lapso de tiempo la afirmación puede funcionar sin problemas. Todos, consciente o inconscientemente, acertamos en algunas cosas y en esos casos cualquier tipo de arrepentimiento está de sobra. En un espacio de tiempo un poco más largo el enunciado aguanta peor, pronto le salen grietas y se vuelve sospechoso. Y el largo plazo actúa sobre él como un tsunami que lo desbarata y lo hace derrumbarse como castillo de naipes. En resumen, que no es creíble. ¿Por qué, entonces, somos tan dados a blindar nuestra conducta ante los demás?, ¿cómo defensa personal para no ser agredidos?, ¿por orgullo y engreimiento?, ¿para ahuyentar a los buscadores de trapos sucios?...

Nuestra humana condición ya la señalaron los clásicos en el famoso Errare humanum est (es propio de personas el equivocarse) y fue bien recreada por el poeta Rafael Alberti en un célebre poema: “Se equivocó la paloma./Se equivocaba./Por ir al norte, fue al sur./Creyó que el trigo era agua./Se equivocaba…”. La semántica y la gramática vienen en nuestro auxilio. Equivocarse es una acción típicamente humana porque el animal, stricto sensu y en condiciones normales, no se equivoca al estar regido por su instinto. La alternancia de se equivocó (pretérito perfecto y por lo tanto acción concreta y terminada) y se equivocaba (pretérito imperfecto cuyo aspecto muestra acción no terminada y en desarrollo) nos pone en pista de que los seres humanos erramos con relativa frecuencia; es nuestro modo habitual de ser. Y es que en el fondo el poeta no nos está hablando del ave columbiforme, sino del género humano. Sí, indefectiblemente, en nuestra naturaleza está la posibilidad de equivocarnos dada nuestra condición de seres libres dentro de un marco de condicionamientos. La libertad en la fatalidad, que diría Ortega y Gasset.

Nuestra vida es una curiosa amalgama de aciertos y estupideces. Cuando estas últimas se producen, no nos queda otra que realizar un acto de humildad, bajar la cresta y reconocernos como seres frágiles y vulnerables. Seres que vamos buscando costosamente el éxito por medio del ensayo-error. Gracias a ello hemos progresado en el conocimiento. Hace unos 200.000 años que apareció sobre la tierra el Homo Sapiens y desde entonces no hemos dejado de acertar y errar.

Sí, somos seres que nos equivocamos. Reconozcámoslo. La reflexión y el perdón pueden sernos poderosos instrumentos para manejar estas situaciones. Análisis y reflexión porque de los errores tenemos mucho que aprender (así lo pensaba ya Aristóteles). Y que no falte el debido perdón bifronte: para los demás cuando no han estado acertados y queremos brindarles una nueva oportunidad; y para nosotros mismos, que tan necesitados estamos a veces de restañar nuestras heridas y volver a cabalgar, cual ingeniosos hidalgos, con renovadas ilusiones.

¿Arrepentirnos de nuestros errores? Por supuesto que sí. No significa ningún demérito, sino que nos devuelve nuestra entera humanidad.

*El autor es exprofesor de Humanidades