No es normal escandalizarse hoy ante la escena, pero lo lograron, y por motivos muy contrarios a lo esperado: un rebote que podía hacer mucho daño a las mujeres. Contemplar pornografía en un teatro público es ya casi un tópico, como ver y escuchar cómo se denigra a España o a algunos personajes señeros de nuestra historia... Nada de eso sucedía aquí. El escándalo venía más bien por lo pacato del planteamiento, por el puritanismo y el sermoneo. Fernando Savater, sutilísimo, hablaba con mucha gracia hace tiempo de cómo le fastidiaban los sermones de curas y otros. En “otros” entraban los sermones progresistas o quienes quieren imponernos sus pesados catecismos: feminista, homosexual, nacionalista... Sufríamos y comentábamos en el intermedio del Teatro de la Zarzuela este fastidio, coincidíamos. Antes había hablado con Rosa Montero, quien, nerviosa, y con razón, pese a su buena reputación como novelista, no sabía cómo caería el texto que había retocado, el libreto barroco transmutado. Modificó una obra del pasado con triste resultado. Es tendencia actual en nuestros teatros nacionales. Transmitir lo mejor de nuestra cultura, los clásicos que más allá de nuestras fronteras son tan alabados, como el Calderón que nos descubrieron los románticos germanos, ya no se lleva. Hay que modificar o censurar lo que hicieron aquellos genios para adecuarlo a la doctrina oficial de nuestro tiempo con resultados pobres, patéticos, intentando modernizar a Lope... Aquí sonaba un gran compositor, casi desconocido para el gran público: José de Nebra. El ministerio de Cultura, como tantos, está dirigido por demasiados tontos... Su cabeza es un personaje que ni siquiera pudo terminar los estudios universitarios... Los necios creen disfrutar de ideas mejores que los genios del pasado y los destruyen, demoliendo con simplezas presente y futuro.

Pululaban algunos célebres personajes de nuestro tiempo como Carmen Posadas, Boris Izaguirre, Inocencio Arias, algún ministro... Cuchicheábamos horrorizados. La locutora pretendía adoctrinarnos repitiendo consignas: actriz torpe, sobreactuando, gritándonos, irritándonos. Nadie –espero– está de acuerdo con una violación o ciertos abusos de poder como el que sucedió en tiempos de Tarquinio. La obra, ya modificada hasta en el título, que se estrenó en privado ante el duque de Medinaceli, contiene una tremenda crítica a esos abusos, no hacía falta amplificarlos con simplezas, consignas y sermoncillos transpuritanos. Pero es lo que ahora se pretende: adoctrinar, mas no con el catecismo católico, sino con el de los ministerios, la doctrina del gobierno, que parece constreñido a reescribir estreñido los clásicos textos.

La maravillosa música de los tiempos que originaron el fandango nos liberaba del sermón simplón, cretino, aunque este volvía, incisivo, pagado con nuestros bolsillos. Había consenso, pues forzar innecesariamente logra el efecto contrario al deseado y podía ser un texto que por su insistencia feminista fuera en contra del feminismo, por cansino. O tal vez prefirieron desterrar el ingenio...