En las últimas semanas venimos recordando el 20 aniversario de la Segunda Guerra del Golfo, también conocida como Libertad Iraquí. La coalición liderada por Estados Unidos comenzó las hostilidades el 20 de marzo de 2003, con una serie de bombardeos estratégicos que dieron la vuelta al mundo. En apenas un mes Sadam Hussein fue derrocado y sus fuerzas disueltas. Con la misma rapidez se constituyó un gobierno provisional que, en apariencia, daba por terminada la contienda. Pero la realidad era muy distinta. Ahora solo recordamos las emboscadas callejeras y la violencia sectaria, sin embargo, otra tragedia estaba teniendo lugar.

La caótica situación de Bagdad dejó sin protección el Museo Nacional de Iraq, fundado en 1926 por la escritora, arqueóloga y aventurera británica Gertrude Bell. A pesar de haberse librado de las bombas norteamericanas, fue objeto de un devastador saqueo entre los días 8 y 16 de abril aproximadamente. Hasta que las fuerzas de la coalición lograron poner el museo bajo su control, miles de objetos habían desaparecido (algunos acabaron en el Museo Británico pero fueron devueltos en 2018). Las primeras crónicas hablaban de 50.000 piezas mientras que el cómputo oficial es de 15.000. En la actualidad solo se han recuperado 6.000 de estos artículos, es decir, menos de la mitad de las cifras más optimistas. Pero no solo ocurrió en Bagdad. Los ladrones cayeron sobre los principales yacimientos arqueológicos del país: Umma, Yasin Tepe, Kish, Bakr Awa,... Entre los responsables de esta campaña de pillaje se encontraban ciudadanos anónimos, funcionarios sin recursos, traficantes de obras de arte e insurgentes. Todo valía para sobrevivir.

Poco o nada hemos aprendido de estos acontecimientos. En 2011 hubo un asalto al Museo de El Cairo durante la revolución egipcia, aunque los daños no fueron graves. En 2015 una peligrosa combinación de codicia y fanatismo arrasó el sitio arqueológico de Palmira, en Siria. ¿Pero es algo que solo ocurre en lugares remotos? En absoluto. La invasión rusa de Ucrania ha destruido o dañado más de 200 bienes culturales valorados en 2.400 millones de euros, según UNESCO. Cada vez que se declara una guerra perdemos el presente, la vida tal y como la conocemos, perdemos el futuro, pues debemos que empezar de nuevo, y perdemos el pasado, cuando tras el humo y las explosiones descubrimos que nuestro patrimonio ha desaparecido.

*El autor es arqueólogo y docente