Uno de los grandes males de estos tiempos que corren son los juicios de valor que particulares, medios y partidos políticos somos capaces de emitir o de exigir que emitan otros prácticamente nada más han tenido lugar –o hemos oído campanas– determinados hechos. Hay una especie de necesidad de tener que mostrar una postura de manera instantánea o de emitir un veredicto, por no hablar de, en el caso de medios y políticos, elevar a la categoría de realidad lo que pueden ser meras conjeturas o habladurías.
Por lo que se lleva celebrado hasta ahora de la comisión de investigación del Caso Belate no parece cuando menos sensato el run-run al que muchos y muchas se agarraron hace unos meses ni tampoco el casi dar por válidas cuestiones del calibre de que el presidente de la mesa había votado en último lugar y decantado la votación, algo que él mismo desmintió –amén de que no votó en primer lugar por la oferta que luego resultó adjudicataria–. Sin ánimo de querer entrar en los detalles del asunto, que escapan lógicamente a lo que es una columna de prensa y que son material para reportajes o informaciones como las que se ofrecen con toda profesionalidad en estas mismas páginas, lo que resulta obvio es que en cuestiones de esta complejidad y calado es muy recomendable ser prudente y esperar a que se disipen el ruido y la niebla generada por el humo de los cañones.
Es lógico y normal que la oposición busque rendijas y en su derecho está, pero quizás sería más conveniente –y para los afectados, según han declarado, más justo– tener más paciencia hasta que se puedan contrastar los hechos. A veces habrá tema y a veces no lo habrá –no soy nadie para asegurar ni una cosa ni la contraria, tampoco con Belate–, pero nos hemos convertido en una sociedad en la que dictamos sentencia con una facilidad pasmosa y sin conocer ni una décima parte de lo sucedido. Chunga deriva.