He pasado el fin de semana de puente del 1 de mayo en Toledo por motivos familiares y tengo que decir que he vuelto muy contento, extasiado por lo que he visto, en un estado de felicidad completa. Y es que, ¿cómo no estarlo después de ver la ciudad manchega llena, abarrotada de turistas de todo el mundo?

Pasear por las intricadas y empedradas calles toledanas sin apenas espacio para hacerlo es una fuente de alegría: a un lado tienes a una americano satisfecho y sonrosado, al otro a un grupo de japoneses muy interesados en el arte hispano. En lugar de silencio y aburrimiento, tienes a la voz de Google Maps guiando a los grupos, en lugar de soporífera armonía, tienes la diversidad venida del mundo entero.

Admiro a esta gente que viene de todas partes a aprender en la milenaria ciudad, tal y como lo hago yo. Pero es que además hay que valorar que lo hacen después de estar en otras tantas ciudades europeas: Viena, Venecia, Madrid, Sevilla, y siempre aprendiendo, siempre contentos y sin protestar. En lugar de quedarse en su casa de Iowa, La Puebla, o Sapporo, aburriéndose y contando el dinero ahorrado, en una actitud loable, deciden cargarse de paciencia y energía positiva, coger aviones, cruceros, y autobuses, y gastar sus ahorros en ver mundo.

Y también admiro a esas máquinas de fabricar felicidad que son las empresas turísticas. Su esfuerzo y dedicación por llenar nuestras ciudades de turistas es loable. Alegran vidas de personas que de otra manera serían aburridas y vacías, y la de los que contemplamos con admiración un trabajo bien hecho.

Imposible entrar a un restaurante en Toledo, imposible entrar a la casa del Greco, todo abarrotado. El calor aprieta como si estuviéramos en julio a pesar de estar en abril. Dicen los periódicos que es el cambio climático. Hablan también los rotativos de la sequía, de la guerra, pero yo no veo caras de preocupación en Toledo, veo rostros deseosos de pasarlo bien, veo posturas de los más pintorescas de chicas fotografiadas por sus novios, subidas a piedras agarrando imaginariamente con sus manos la catedral, o encaramadas a una ventana enrejada sonriendo inocentemente, veo gente deseosa de moverse a otra ciudad para seguir fotografiando y fotografiando con el móvil sin parar, deseosos de mostrar su felicidad al resto por las redes sociales. No hay rastro de preocupación en Toledo.  

¡Qué agradable es pasear por sus calles en mitad de esa animación y bullicio!, ¡qué tranquilizador es hacerlo rodeado de gente que no se preocupa más que de hacer la foto perfecta!, ¡qué contento he vuelto de Toledo impregnado de esa felicidad! Le doy las gracias a esos miles de anónimos turistas que abarrotaban la ciudad. También a las empresas turísticas que los han traído, a los medios que anuncian sin parar los viajes, y que hacen turistas a personas que no sabían que lo eran con sus campañas publicitarias, y finalmente doy las gracias a los políticos que han contribuido a hacer de España un país cien por cien turístico, con todas sus ciudades llenas a rebosar de alegría y de gente de todo el mundo. Gracias a todos.