Seamos honestos: si hoy el tabaco no existiera y alguien quisiese comerciarlo, las autoridades no lo permitirían. Por eso pasma que los fumadores, sabiendo que este azote apaga lenta y agónicamente la vida a 8,2 millones de sus consumidores al año -activos y pasivos, sin contar vapeadores-, insistan en dilapidar su salud y fortuna en tan funesto hábito.
Daré algunos datos a ver si se animan a dejarlo. Desde su cultivo a su consumo, cada cigarrillo emite 14 gramos de CO2. Como al día se fuman más de 20.300 millones -cifras de la BBC para 2019-, se liberan al aire 284.200 toneladas diarias de tan nocivo gas. Cada fumador retirado, ahorrará por cigarrillo y día 3,7 litros de agua para su cultivo y elaboración, ocho veces más que patatas y tomates. Según la OMS, uno de cada dos niños es fumador pasivo y padecerá secuelas. Un estudio de la UE concluye que su humo contamina más que el de coches y fábricas. Las colillas arrastradas por la lluvia llegan a las alcantarillas que las depositan en ríos y océanos contaminando hasta 500 litros de agua potable. Además, sus filtros, que se transforman en microplásticos, conservan la mayoría de la nicotina y el alquitrán, metales pesados, ácido cianhídrico, hidrocarburos aromáticos policíclicos y sustancias radioactivas como el Polonio 210, emponzoñando durante lustros el medio ambiente.
¿Aún desea fumar? ¡Déjelo y escoja salud! Ganaremos todos.