Las grandes capitales. En cuanto llegas te das cuenta de que han sido diseñadas con la pretensión de ser grandes. Bellas, acogedoras, agradables. Y lo ves en la limpieza, en el cuidado, que les da ese punto señorial de lustre y conservación. Lo notas en el trazado de sus calles, en sus avenidas arboladas. Cuanto más grandes los troncos, cuanto más altas las copas, más te hablan de la historia de la ciudad y su empeño de permanencia.

Pero quieren arrasar con todo, poner arbolitos tipo Ikea, plantar y crecer. Ni naturaleza verde y beneficiosa ni historia y continuidad. Que aparquen 200 y fin de la zona noble y verde. Un erial como la Plaza del Castillo, plana y triste bajo el sol de plomo, ahuyentando a la gente.

La construcción del innecesario parking de la calle Sangüesa es algo muy doloroso, pero los sentimientos de amor y de legítimo orgullo no pesan nada al lado del cemento.

Cómo explicar que estos árboles que van a talar son patrimonio de la ciudad y no de ese pequeño grupo que va a comprarse una plaza.