Tras el eufórico triunfo de las fuerzas de derechas en las pasadas elecciones municipales y autonómicas del 28-M, me sentía incómodo ante la apariencia de un nuevo frenazo en el avance hacia el fin de una transición semibloqueada por un inmisericorde tardo-franquismo, que está ahí. Ciertamente, la atrevida réplica del sanchismo, convocando elecciones generales al Parlamento y al Senado, me sorprendió gratamente. Una vez sabido que iba a haber otras elecciones, desde Euskadi me hacía esta inocente pregunta… ¿no será mejor dar una segunda oportunidad a Sánchez, como contrapeso necesario para que el señor Feijóo y compañía vayan recuperando la moderación de la que hacían gala?

Pues bien, el 23 de julio ha hablado con contundencia en ese sentido, y ha dado a entender que, en el conjunto del Estado español, una gran parte del pueblo soberano ha optado por el sí a esa pregunta, inocente, que me hacía cuando se convocaron. Ha confirmado, una vez más, que los votos catalanes, vascos, navarros y gallegos pontevedreses son tremendamente indigestos para la España del PP y Vox. Y la indigestión no se les va a curar mientras cierren los ojos a la realidad de una plataforma ibérica plurinacional y muy europea. 

Madrid es una parte muy importante de ella, pero no el todo. Creo que va siendo hora de poner las cartas boca arriba y buscar soluciones europeas respetuosas para todas las identidades nacionales que convivimos en la Península Ibérica, porque no solo existe una identidad. La pregunta que me hago ahora es: ¿serán capaces de dar la talla nuestros políticos?