Solemos decir que “todas las comparaciones son odiosas”. Yo añadiría que, dependiendo de los gustos o categorías mentales de cada cual, unas son más odiosas que otras (y ya estoy comparando). En realidad nos pasamos la vida haciendo comparaciones. Siempre que elegimos hay una comparación subyacente, hasta en los más mínimos detalles, como puede ser el café que vamos a tomar en el bar o lo que vamos a cocinar para la cena de esta noche. A mí me han recriminado muchas veces por el uso abusivo de las comparaciones, cuestión que en ocasiones me puede llevar a una situación de suspense o suspenso existencialista fácilmente confundible con la pereza mental e incompatible con el ritmo acelerado de la vida presente. Y sin embargo, creo que la comparativa es una función básica de la inteligencia, asociada no sólo a la supervivencia, sino también al gusto de vivir o de no vivir, llegado el caso.
Viene esto a cuento del tema de actualidad de la política nacional (o internacional, según se mire). Porque para muchos catalanes Cataluña es una nación, sin necesidad de que en Madrid o en el nacionalismo español se la reconozca como tal. Mi comparativa en este punto es que se trata, no de sedición, sino de emancipación, semejante a la que ocurre en el seno de cualquier familia por muy tradicional y conservadora que sea. Cuando un miembro de la familia decide emanciparse o escindirse, no hay represión que valga, el autoritarismo jerárquico sólo sirve para empeorar las cosas. No tengo la más mínima duda de que la represión orquestada el 1-O sólo ha servido para enrarecer y exacerbar la situación: al genuino afán por la independencia se le ha unido el de huir de la dependencia represora. No se necesita mucho análisis sociológico para entender que cuando un hijo decide abandonar el nido familiar para desarrollar su vida, lo que más necesita en ese momento es comprensión y apoyo, sentir el calor familiar que le ayude a encontrar la senda más adecuada para una vida feliz. De lo contrario, empeñarse en la retención a toda costa sólo puede conducir a una desvinculación mucho más traumática para ambas partes.
Deberíamos entender que cuanto más armónico sea el proceso de emancipación, más débil será la desvinculación y los lazos históricos no llegarán a romperse por completo. De hecho, nada ni nadie se puede considerar totalmente independiente. El zoon politikon aristotélico no vale sólo para la interdependencia individual, vale también, y hoy más que nunca, para la interdependencia entre las naciones, y muy especialmente entre los pueblos con vocación de nación, que con toda legitimidad aspiran a tener voz y presencia en el concierto internacional.