Hoy cada uno de nosotros forma parte de la sociedad de la experimentación. Todo hay que probarlo, comprobarlo y confirmarlo. Es una señal de los tiempos y, de alguna manera, una señal de que ya no creemos en los demás. No vale la pena decir nada sobre un tema determinado, porque sólo la experiencia personal directa sirve como validación. La historia tiene su espacio al ser un referente suave. Al seguir insistiendo en actualizar y perpetuar los errores cometidos en el pasado practicándolos a diario, parece que la civilización actual no ha aprendido ni quiere aprender. Parece haber una necesidad de (re)validar cada error cometido por civilizaciones pasadas. Algunos de estos errores contribuyeron a la extinción de estas mismas civilizaciones, y hoy, cuando repetimos estos errores, la sociedad actual se vuelve inestable, corriendo el grave riesgo de su extinción. La experimentación constante, especialmente con lo que causa daño, conduce al desgaste y a una crisis que se perpetúa en el tiempo y la vida de cada uno. Se pierde la confianza entre las personas, se pierde la confianza en las organizaciones, se pierde la confianza en los organismos creados con el propósito de defender y cuidar a las personas, se pierde la confianza en los gobiernos y sus organismos, en definitiva, se pierde la constancia del ritmo de vida.