El uso de la palabra álgido en un sentido opuesto a su significado se ha impuesto en todos los usos del lenguaje. No creo que tras esta contradicción haya una intencionalidad perversa, una conspiración orwelliana orquestada por ningún Ministerio de la Verdad para imponer una neolengua, sino algo más prosaico de acuerdo con aquello de la navaja de Ockham: el principio de Hanlon: “No atribuyas a la maldad lo que se explica adecuadamente por la estupidez”.

Doy fe que en mis palabras no hay un ápice de cinismo. Cinismo en el sentido de la primera acepción del diccionario, radicalmente opuesta a la del filosófico del término, lo cual desesperaría a Diógenes, quien todavía debe de andar buscando con su lámpara un hombre honesto.

No estoy, por tanto, en el momento álgido de mi preocupación por el uso incorrecto de dicha palabra, pues sé que el problema sobre la polisemia planteado por Alicia en A través del espejo se resuelve sabiendo quién manda, como le contestó Humpty Dumpty. Sólo así, sabiendo quién manda, podremos saber en 1984 qué significan verdaderamente expresiones como, por ejemplo, democracia plena.