Al final de cada año académico, comienza la etapa más desafiante para todo estudiante de la UPNA. Y no, no se trata de la época de exámenes, sino del periodo de matriculación del siguiente curso. Un periodo que, según la suerte de cada alumno, varía solamente entre los dos y los cuatro días. Un periodo que, a pesar de las caídas constantes de la web y páginas que tardan minutos en cargar, suele ser más que suficiente si no sucede ningún error. Pero si (Dios no quiera), sí que surge algún inconveniente, comenzará la etapa más estresante del curso.
En mi caso, he terminado el trámite necesario para solucionar el inconveniente gracias a la bondad de mi tutor del Erasmus y a una administrativa, que son los únicos amigos que he encontrado en este proceso que ha durado desde la primera hasta la última hora del plazo (con los nervios correspondientes).
Durante este tiempo, he sido mareado entre secciones administrativas de la UPNA, con correos a los que sigo esperando respuesta y en llamadas telefónicas con esperas interminables (si cogían el teléfono) en las que lo más escuchado era: “Espera un segundo que te paso con…”, tras las que, en múltiples ocasiones, directamente colgaron el teléfono.
Este ha sido mi caso (el de este año), pero cada estudiante tiene su propia historia. Desde que no aparezcan las asignaturas correspondientes en el formulario, hasta que tengas que pagar la matrícula completa con la promesa de que te devolverán lo correspondiente al descuento por familia numerosa, pasando por alumnos a los que directamente no les funciona la web en sus dispositivos, administrativos que no pueden solucionar problemas porque “tiene que ir el informático a arreglarle el ordenador” e infinitas otras historias que sucederán y no conoceré.
Con esto no quiero culpar a los administrativos de la UPNA, de los que la mayoría serán buenos profesionales. No puedo ni imaginar el caos que serán las oficinas con 10.000 alumnos intentando matricularse al mismo tiempo y cada uno con un problema diferente.
Quiero poner el foco en la absurdez de adelantar y acortar todos los plazos con el fin de echar la llave para San Fermín. Como servicio público que es, debería estar abierto el tiempo necesario para que todo el mundo pueda matricularse sin padecer un ataque de ansiedad, porque suficientemente complicado es aprobar en la universidad, como para luego jugarte continuar tus estudios haciendo trámites burocráticos durante cuatro días.