La liberación de Julian Assange es una gran noticia, pero paradójicamente, al tener que declararse culpable -como la mayoría de nosotros haría tras doce años de privación arbitraria de libertad y sometidos a la tortura de una más que probable condena a 170 años de prisión-, ataca todo aquello de lo que Assange es paradigma: la libertad de información.
La asunción de culpa es una censura encubierta e inadmisible que sitúa al periodismo de investigación bajo la espada de Damocles. Por si fuera poco, los crímenes denunciados que llevaron a Assange a su calvario han quedado impunes.
Siempre que el poder cometa tropelías y vulnere principios elementales -intrigas, mentiras, asesinatos y conspiraciones-, los ciudadanos como Assange, Katharine Gun, Edward Snowden y otros menos conocidos son héroes absolutamente esenciales para la sociedad.
Nadie debería ser perseguido en Estados democráticos por destapar los desmanes e incomodar al poder que actúa con iniquidad sin respetar las leyes.