Aunque el campo de la enfermería ha avanzado significativamente, especializarse sigue siendo una opción que las estudiantes rara vez consideramos debido a su limitada accesibilidad y reconocimiento. De hecho, esto se percibe más como un desafío que como una oportunidad.
Es cierto que en la Facultad de Enfermería recibimos una formación teórica integral que abarca todas las esferas de la persona; desde el plano físico y social hasta el psicológico y espiritual, y tenemos además cientos de horas prácticas que acreditan que estamos preparadas para ejercer como enfermeras generalistas. Al incorporarnos a la vida laboral a los 21 años, el sistema espera que estemos preparadas para hacer frente a todo tipo de situaciones.
Sin embargo, la realidad es que, debido a la inexperiencia, el miedo y la falta de conocimientos específicos, no contamos con la preparación suficiente para enfrentarnos ante todo tipo de escenarios.
No cabe duda de que el examen interno residente (EIR) y los programas de máster ofrecen a las recién graduadas la posibilidad de especializarse en un ámbito. No obstante, la escasez de plazas públicas, la limitada oferta de siete especialidades y los elevados costes de los posgrados hacen que al finalizar la universidad muchas no optemos por estas opciones.
Por ello, como estudiante de Enfermería, considero esencial aumentar el número de especialidades en cada área, facilitar su acceso, apoyar económicamente a las enfermeras que quieren continuar formándose y aumentar el reconocimiento de estas. Esto no solo contribuiría a reducir los contratos precarios de las enfermeras, sino que garantizaría que nuestros pacientes reciban la atención de calidad que merecen. ¿Dejaría que un dermatólogo fuera su cirujano en una operación? ¿Por qué no reivindicar entonces que enfermeras expertas en un área le ofrezcan como paciente los cuidados que merece?