En la política municipal actual triunfa la desconfianza hacia el pensamiento crítico, recordando a los gritos de “¡Abajo la inteligencia!” en la España de la guerra civil. El miedo alimenta a los ignorantes y alcaldes, como el de Cintruénigo, que ve en la oposición un ataque a su valía intelectual, llaman a salir a la calle contra sus combatientes. Pero no todos se mueven por el mismo objetivo. Él quiere acabar con los socialistas; otros, con los ataques personales y la descalificación barata.

En un pueblo tan prolijo en personas deseosas de contribuir a su comunidad, promover un debate en el barro no solo perpetúa la mediocridad, sino que impulsa la fuga de cerebros, alejando a quienes podrían enriquecer el pleno municipal. Hoy, resolver problemas reales parece un acto de traición. Se prefiere un espectáculo de escándalos y crispación para ocultar el complejo de inferioridad.

Un buen gestor no teme a quien piensa y propone soluciones, sino que impulsa su desarrollo. Pero aquí no se busca gestionar, se busca entretener. ¿Es tan iluso querer que un ayuntamiento avance? Si lo es, que venga la inteligencia y nos salve. Menos circo, y que entren los verdaderos acróbatas de la gestión.