En alguna de las muchas asambleas a las que no he asistido, algún socio debió proponer que se prohibieran los eventos privados porque le molestaban. No sé muy bien a qué se referiría con esta idea de eventos privados, como digo, no estuve allí, pero esta idea se debatió, se aprobó y se plasmó en una norma por la que no está permitido cantar, bailar o tocar una guitarra dentro de mi peña, no importa el horario ni ninguna otra cuestión.
Repito, no está permitido celebrar la vida en mi peña porque se considerará que es un evento privado, el cual puede molestar a algún otro socio y por el que te pueden sancionar. Tengo el mail que acredita esta negativa y en el que se me invita a alquilar algún local dedicado a este menester.
Como nos cantó el gran Mikel Laboa, si le cortas las alas a un pájaro, éste dejará de ser pájaro. Lo mismo ocurre con las peñas, si no permites que la Jarana, el Bullicio y la Alegría, siempre con Armonía, sean sus señas de identidad, éstas se convertirán en algo parecido a un convento gastronómico.
Me presenté ante la junta para expresar mi aturdimiento por su negativa de poder traer a un guitarrista y amenizar mi próximo cumpleaños, rodeado de mi familia, amigos y resto de socios que se quisieran apuntar. Llevo dos años celebrando con música mi cumpleaños, rebautizado ahora como evento privado, sin problemas y con otros socios apuntándose al disfrute de la música en directo.
Deseaba que esta negativa fuera por motivos coyunturales, por algún problema en la peña que yo desconocía, o por cuestiones personales (no soy el más implicado en la peña…).
No di crédito al comprobar que era una decisión tomada en asamblea. Que se había aprobado que los eventos privados estaban prohibidos. Y que toda expresión de Bullicio, de Jarana o de Alegría estaban prohibidos en la peña y que esta decisión va a misa.
Estoy triste porque creo que los que fundaron todas estas peñas, si levantaran la cabeza y vieran que no se puede tocar un acordeón, cantar una jota o bailar un zortziko en su peña, se volverían contentos a su tumba pensando en que lo que ellos vivieron hace 60, 70, 80 años, sí que era pura peña y pura vida, y se volverían también al cielo con una amarga sensación de incredulidad.
Os prometo que asistiré a la siguiente asamblea e intentaré deshacer este entuerto proponiendo un marco legal y ayudar, de esta manera, a que el pájaro de Laboa vuelva a volar, a cantar y a bailar con sus alas restañadas.