El tiempo del Papa
Vivimos en una época apresurada. El tiempo se ha convertido en un bien descartable, al igual que las personas. La sociedad corre, atropella y, cuando cree que ya no necesita, descarta. Hoy, la fragilidad incomoda, la vejez asusta y la idea de la finitud es impensable. Lo queremos todo de inmediato, sin pausas, sin esperas, sin memoria. Y es en este tiempo cuando muchos ya se apresuran a escribir el epitafio de un hombre que aún camina entre nosotros. El Papa Franciscoestá vivo. Respira, habla, sonríe, sufre, reza. Y, sin embargo, hay quienes insisten en anunciarlo como pasado. Como si ya no importara. Como si su voz -la misma que elevó a los pobres, que abrazó a los enfermos, que denunció la indiferencia- ya no mereciera ser escuchada.
Pero, ¿pueden los invitados a la boda estar tristes mientras el esposo está con ellos? (Mt 9,15). Hay tiempo para todo. Para el luto, para la ausencia, para la nostalgia. Pero hoy es tiempo de presencia. El Papa Francisco aún está con nosotros. Y eso debería bastar para vivir este don con gratitud y reverencia. Él mismo nos ha hablado tanto sobre el valor de la vejez, sobre el respeto debido a quienes caminaron antes que nosotros. Sobre un mundo que descarta a sus ancianos como piezas gastadas de un engranaje obsoleto. Hoy, él es el rostro de esa verdad que denunció. Recemos por él, no para que sea eterno (Papa Francisco, 1 de febrero de 2018: “No somos ni eternos ni efímeros: somos hombres y mujeres en camino en el tiempo, tiempo que empieza y tiempo que termina”) -pues todo está en manos de Dios-, sino para que se sienta animado en su misión hasta el último aliento de vida. Recemos para que se haga la voluntad de Dios, y no la de los hombres.
El tiempo de la Iglesia no es el tiempo de los hombres. El tiempo de Dios no obedece a los calendarios apresurados de la sociedad. El primer hombre fue tomado de la tierra, pero el segundo vino del Cielo (1 Cor 15, 47). Y es en esa promesa donde vivimos. El Papa Francisco aún está entre nosotros. Y esto es una gracia inmensa. Saboreemos su presencia.