Tras sus primeros cien días, ni Donald Trump ni Ursula von der Leyen han sorprendido. Retórica distinta, mismo rumbo: más gasto militar, menos respuestas sociales.

Trump ha retomado su cruzada arancelaria contra China con promesas de empleo y grandeza nacional. Von der Leyen, con su estilo más sobrio, ha defendido el rearme industrial y un incremento sostenido del gasto en defensa bajo la bandera de la “soberanía europea”. El resultado: una nueva carrera armamentista justificada por la inseguridad global.

Mientras tanto, los problemas sociales siguen barridos bajo la alfombra. En Estados Unidos, la desigualdad, la violencia armada y el colapso de servicios públicos se mantienen sin soluciones. En Europa, el coste de vida, la precariedad, la presión sobre la sanidad pública y la falta de acceso a la vivienda continúan asfixiando a las clases medias y trabajadoras.

Ambos líderes han optado por blindar el poder y mirar hacia fuera, mientras las tensiones internas crecen. Las protestas en ciudades europeas y estadounidenses son tratadas como molestias, no como alertas.

A los cien días, el mensaje es claro: se prioriza la geopolítica sobre la justicia social. Y aunque cambien los acentos -el grito de Trump o la burocracia de Bruselas-, el rumbo es el mismo. La factura social llegará.