Con todos los asuntos gravísimos que ocurren en el mundo me da cierto coraje mandar una carta a un periódico para defender los pocos derechos que hemos logrado los artistas visuales. Pero me siento algo empujado a hacerlo, dado que ha llegado una carta a este periódico que los pone en cuestión públicamente.
Aunque en el artículo acaba quedando clara la utilidad social del arte, se defiende con argumentos de mercado que no cobremos porque somos muchos para tan poco trabajo. Pensemos que, por ejemplo, también hay mucha gente deseando llegar a presidente del gobierno y no por ello se le deja de pagar un sueldo.
Obviamente en las artes visuales, como en el cine o la música, hay artistas de calidad que mueren de hambre y artistas mediocres que viven de su trabajo gracias a habilidades no artísticas. Este es el relato que conocemos bien y que además resulta a veces consolador. Pero también hay artistas de calidad que viven de su trabajo y artistas mediocres que se mueren de hambre.
La narrativa del artista auténtico, y por tanto pobre, está bien para un biopic televisivo, pero, tal vez, nuestras madres no nos lo desean. Vamos a pensar algo más constructivo. ¿Qué tal si apostamos por la pedagogía para que el arte llegue a más público y por seguir aumentando el presupuesto en ayudas a los artistas? Pensad que por mucho que se aumente siempre será una minucia en comparación con las ayudas públicas que reciben las aerolíneas low cost o las fábricas de coches, industria que a mí sí que me genera ciertas dudas sobre su utilidad a largo plazo.
Defender que los artistas no deben ser remunerados por su práctica artística supone mal entender que el ejercicio de las actividades creativas no merece unas condiciones adecuadas y justas para su desarrollo, además de ahondar en la mala situación de un sector precarizado. En realidad, se trata de pretender justo lo contrario: que cualquier acción que involucre la participación de artistas lleve aparejado el respeto a unos honorarios justos. A nadie se le ocurre pensar que un músico no cobre por un concierto o que los actores trabajen gratis en sus películas. ¿Por qué esa lógica perversa debe aplicarse a los artistas visuales?