Insensatez
Hay personas, supuestamente inteligentes, que pese a los datos objetivos y las evidencias científicas, se mantienen enrocadas en creencias que carecen de cualquier fundamento o base real. A diario es fácil escuchar o leer declaraciones de dirigentes políticos negando el cambio climático, la eficacia de las vacunas o la violencia de género; fenómenos, todos ellos, avalados por certezas ampliamente contrastadas. No resulta estrambótico tildar esta actitud, especialmente cuando es sostenida por quienes tienen capacidad de influir en la sanidad, educación y, en general, en el desarrollo social, de irresponsable e insensata.
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¿Cabe pensar que estas opiniones surgen en mentes no tan inteligentes como se supone? Parece que no. El filósofo J. A. Marina cita un artículo de E. Klein basado en investigaciones llevadas a cabo en la Universidad de Yale. En ellas se concluye que existen personas a las que no les interesa conocer la verdad, sino defender su identidad y su propio yo. Son individuos con convicciones plagadas de evidencias que las desmienten. Lo más preocupante de esto es que, según el neurólogo Jonas T. Kaplan, citado también por Marina, al escuchar opiniones o datos que desmontan sus creencias, las zonas cerebrales asociadas a la identidad personal se activan, provocando gran rigidez, siendo muy débil la activación en las zonas de los lóbulos frontales, donde radica la flexibilidad cognitiva. De esta reacción se deriva que el uso de la verdad para desmontar falacias suele resultar contraproducente ya que el propio yo desarrolla mecanismos de defensa al sentir su identidad violentada. Si esto es así, ¿qué recurso nos queda para luchar contra tanta estupidez? ¿Dónde ha quedado la razón que tanto beneficio, prosperidad y bienestar ha aportado al ser humano a lo largo de siglos de avances? Va a estar en lo cierto Einstein cuando afirmó no dudar del carácter infinito de la estupidez humana.