Lo que me ha enseñado este año
Algunos días tienen la rara virtud de invitarnos a pensar y, sobre todo… a escribir. No es la primera vez que me ocurre: hace dos años en este mismo medio, reflexioné sobre la esperanza; el pasado, sobre el amor silencioso de mi padre. Hoy regreso a estas páginas para contar lo que este 2025 me ha enseñado.
Ha sido un año lleno de cambios, pérdidas y aprendizajes. He despedido a personas queridas… y, cuando eso ocurre, la vida te obliga a mirar sin filtros. Te enseña que nada está garantizado y que lo único que permanece son los gestos de cariño que dejamos en los demás. Esas ausencias, aunque duelan, también iluminan lo esencial: valorar el tiempo, cuidar las relaciones y no posponer lo realmente importante.
En lo personal, tampoco ha sido un camino sencillo. Los cambios familiares y laborales me han puesto a prueba, obligándome a adaptarme, a caer y a levantarme más de una vez. Y, en medio de ese proceso, he descubierto algo que no siempre es fácil de aceptar: a veces el paso más difícil no es perdonar, sino pedir perdón… reconocer que nos equivocamos, que no escuchamos lo suficiente y que, sin querer, permitimos que el ruido del mundo entre en nuestro hogar, nublándonos los sentidos. Recordemos que aceptar errores y reconciliarse con uno mismo no es una derrota, sino una forma honesta de empezar de nuevo. Por eso, mientras preparamos las uvas, deseo que el nuevo año nos encuentre más dispuestos a escucharnos, a cuidarnos, a perdonar… y por supuesto, a perdonarnos. Que sepamos resistir, adaptarnos y valorar a quienes caminan a nuestro lado, incluso en los días más grises. Porque la vida es corta y, mientras estemos vivos, siempre es tiempo de recomenzar: de recuperar a las personas que valen la pena, de enmendar caminos y de dar una oportunidad a los vínculos que un día nos sostuvieron y que aún pueden hacerlo.
Feliz Nochevieja a todos. Urte berri on.