HOY es el jueves anterior al miércoles de ceniza. Es el Jueves Gordo, Egun ttun ttun o el día de Orakunde (la fiesta de todos), como se le conoce en Baztan. En este valle es muy popular durante estos días el juego del gallo (oilar jokoa), en el que niños y niñas, con los ojos tapados y una espada de madera, persiguen a un gallo. El primero que lo toca es el ganador.

Una costumbre ancestral y divertidísima para la gran mayoría de los participantes y de los espectadores, pero no para el gallo. ¿No se podría sustituir al pobre animal por un objeto inerte movido por algún sistema mecánico? ¿Un robot de juguete o algo así?

Puede que esto a algunos les parezca una tontería y un escándalo a otros, pero las tradiciones no son intocables. No deberían serlo. De hecho, en este juego ha habido cambios en los últimos años: antes sólo participaban los chicos y el gallo estaba atrapado debajo de una losa del suelo, dejando al descubierto sólo la cabeza.

De acuerdo que éste no es un juego cruel en el que se trate de golpear al animal, y mucho menos de matarlo, para gozar de la victoria del hombre sobre la bestia, o algo así. Gana quien lo toca, sin más, como cuando los niños juegan entre ellos a pillar. Por supuesto que no tiene nada que ver con las barbaridades de competiciones populares que consisten en que jinetes a toda velocidad destrocen los cuerpos de gansos, pollos, palomas y otras aves, o con el juego de los gansos de Lekeitio en el que los participantes se cuelgan de los cuerpos de los animales hasta arrancarles la cabeza. Tampoco se puede comparar a la macarrada celebrada en Tordesillas, donde las chicas adolescentes con los ojos vendados, juegan a romper la olla pero no golpeando un pieza de cerámica, sino descuartizando a un gallo con una espada.

Nada que ver, pero tampoco estaría de más poner el oilar jokoa sobre la mesa, y tratar de buscar nuevos caminos con el objeto de difundir, también entre los más pequeños, actitudes de respeto hacia los animales.