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No sé de dónde sacó aquella espantosa gorra

La primera vez que se la vi puesta creí que iba de broma. Le dije: ¿Qué es eso que llevas en la cabeza? ¿De dónde lo has sacado? Pero no quiso contármelo. Siempre anda ocultando sus rollos y guardando estúpidos secretos para hacerse el interesante. Lo único que me dijo es que a él le gustaba y punto. Y supongo que sí. No voy a ponerlo en duda. Pero era una porquería de gorra. Con una especie de escudo y los colores de no sé qué jodida bandera. Siempre iba con ella a todas partes. Hasta que un día no pude callarme y le dije que era mejor que se la quitara. Vamos a ver, no fue una orden ni nada por el estilo. Fue un consejo de amigo. Le dije: te lo digo por tu bien. No te hace ningún favor llevar esa gorra. Le dije que aunque a él le gustara mucho (lo cual no me extrañaba en absoluto), tenía que reconocer que era un espanto. Y le dije que él, en el fondo, lo sabía. Que sabía perfectamente que lo era. Ahora, sin embargo, reconozco que no debí haberlo hecho. No sé. A la gente le gusta llevar cosas en la cabeza que no le hacen ningún bien. Eso ha sido siempre así. Dentro o fuera de la cabeza, me da igual. Ya me entiendes. Pero no puedes decirles nada. Se supone que no es asunto tuyo. Esa es otra de las malditas cosas que se aprenden después de los 50: que no hay nada más sensato (ni más compasivo) en esta vida que dejar a cada cual en su error. Tal vez suene un poco malvado, pero si lo piensas te darás cuenta de que no lo es. Es inútil tratar de convencer a nadie de que está equivocado. No merece la pena. Lo más triste de todo, me temo, es que la mayoría saben que lo están. Saben que su vida entera es, en cierto modo, una enorme equivocación. Por lo que sea: por mala suerte, por estupidez. Pero lo asumen. A eso iba. A veces, incluso, con una conmovedora entereza. La gente se aferra a sus errores. Los empuña a sabiendas. Conscientes quizá de que es lo único realmente propio y genuino que poseen. Dejémosles tranquilos. Es decir, mientras no intenten partirnos la cabeza con ellos, claro. Allá cada cual con su bonita gorra. Hasta aquí el pensamiento torcido del día.