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Suicidio en esperanto

Lo soltó ayer una vecina, tras el suicidio de la pobre mujer y mujer pobre: "No había trascendido que tuviera problemas económicos". Jamás la jerga política, que tiende al ocultismo, había ido tan lejos en su conquista del habla popular. Nunca el lenguaje periodístico, ese amante de requiebros neblinosos, había enfriado hasta tal punto la boca del paisanaje. Cualquiera diría que tirarse desde el balcón es un salto olímpico que no mancha ni traspasa. Ni gota, ni gota, ni gota de sangre. Así estamos. Por un lado, el ciego optimismo de los sucesivos gobernantes, su irresponsable negación de la verdad, ha convencido a mucha gente de que si un fontanero se toma un café es porque no le va del todo mal. Por otro, el uso de eufemismos sedantes, el abuso de brotes verdes y cacharrería legalista, nos ha inhabilitado el cerebro para ver la realidad tal cual es. Miles de expresiones huecas, gélidas, plastificadas, han florecido en los parlamentos y cubierto de hiedra adormidera las portadas. "Problemas económicos", los tienen Isabel Pantoja y Julián Muñoz. La terrible cabronada de un desahucio es otra historia. Y hay más. En un país sin complejos, sin hidalgos, sin ese miedo atroz a admitir en público la privada angustia, se gritaría "¡las estaba pasando canutas!", con rabia, con empatía solidaria, siquiera con ese pánico egoísta de pensar que el siguiente seré yo. Pero en España infinitas personas sufren una mezcla de pudor y autoengaño que les impide mostrar el vacío de su despensa y de su esperanza. Y es que los poderosos, algo tan antiguo y tan eterno, tan viejuno y tan moderno, a cualquier pobre mujer y mujer pobre la hacen sentirse culpable de lo que no es. De ahí que a nadie parezca sorprender esa abstracta manera de blanquear un drama y disfrazar una injusticia: "No había trascendido que tuviera problemas económicos". Menos quejarse y más trabajar, todos tenemos brazos y piernas, oigo por ahí y me cabreo. Hay quien ya no los tiene.