la Real Academia Española trabaja en la vigésimo tercera edición del Diccionario de la Lengua y adelanta la supresión de dos verbos: abdicar y dimitir. Por inútiles. La lengua es un ser vivo y esos verbos están muertos. De la desaparición de la Monarquía parlamentaria por renuncia a sus derechos o por hipotética decisión ciudadana, ni hablamos. Los partidos mayoritarios, celosos guardianes de la Carta Magna, ejercen encantados de cortesanos. De la dimisión de políticos con cargo institucional o en aparato de partido y de la renuncia o cese de cargos de confianza y técnicos de designación en las administraciones, podemos hablar mucho. Por no callar. Lo que la gente piense, les resbala. En países con dignidad democrática, los políticos dimiten por asuntos que aquí nos parecen nimios, como una falsedad en el currículo académico, una tesis doctoral copiada, una multa de tráfico falseada, una mentira demostrada o la negligencia de un subordinado. Aquí no dimiten los imputados ni los falsificadores ni los mentirosos ni los defraudadores ni los incompetentes. Ni los condenados, que pueden recurrir a instancias superiores y suspender la ejecución de la pena de inhabilitación en ese ganar tiempo que la lentitud judicial favorece. Navarra ofrece una extensa nómina de políticos y altos cargos con motivos sobrados, de diferente calibre, para la dimisión. Las dietas de Caja Navarra y las inundaciones de la primera decena de junio son recientes ejemplos de referencia. En ambos casos, las alarmas saltaron tarde. La entidad financiera emprendió una expansión desenfrenada -impulsada por un equipo directivo de la confianza de UPN- con la aprobación, y hasta la aclamación, de unos órganos de gobierno donde había más representación política y también miembros sindicales. La amenaza de tsunami se combatió con el frágil flotador de Banca Cívica. El desbordamiento final alojó la entidad en el fondo de CaixaBank. De quienes estuvieron y no se enteraron y de quienes supieron y callaron, nadie tendría que quedar en la escena pública. La destrucción de Can supera en gravedad la golfería de las dietas. Tampoco funcionaron las alarmas ante las pasadas inundaciones históricas. Los avisos oficiales previos contradijeron la realidad posterior, se careció de medidas preventivas y los medios de reacción fueron escasos y tardíos. El muro de las lamentaciones apareció en seguida lleno de autoridades y técnicos responsables. La subida de nivel tuvo la mala educación de presentarse de noche en fin de semana y los sorprendió en merecido descanso. Una desconsideración de la naturaleza. Nadie se ha levantado de la silla en confesión de incompetencia. Los asientos del poder están dotados de estabilizadores sísmicos y de flotadores antivuelco. De serie.
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