Lo que provoca impacto es que se hable de canibalismo, aunque comerse la placenta es tan caníbal como hacerlo con las uñas o apuntarse a la orinoterapia. Una práctica asquerosita pero fuera del código penal. De lo suyo gastan. O reinvierten. Con semejante sensacionalismo, Máximo González, presidente del Consejo General de Enfermería, nos atrapa y nos enteramos de la existencia de las doulas, a quienes se acusa de intrusismo y mala praxis que pone en riesgo la salud de madres y bebés. Ellas se defienden y dicen que no pretenden suplantar a las matronas. Como el debate está en los medios, pueden hacerse con una opinión. A lo que voy es a otra cosa. Se definen como acompañantes maternales y brindan apoyo emocional a las madres durante el embarazo, parto y puerperio.
¿Necesitan las mujeres en esta situación apoyo emocional, consejo y acompañamiento? Como todo el mundo. Como usted y yo que estamos a prueba de predictor. La cuestión, si su función no es sanitaria, es el lugar de quién o de quiénes ocupan las doulas. Como la mayor parte de los embarazos son cosa de dos, en esos casos, cabría empezar por ahí, ¿no?, por la pareja, sin perjuicio del resto de la tribu, que también puede apoyar y apoya normalmente estos embarazos y los que se llevan en solitario.
Porque si no, parece que el embarazo y el parto hay que resolverlos entre mujeres, en un terreno emocional y ligeramente acientífico. Peligroso. En una web de doulas leo esta perla: “renacer como Mujeres y Diosas”. Alerta roja. Tanta mayúscula y tanta divinidad se alejan demasiado de las ciudadanas atendidas por los servicios de salud, conectadas en redes afectivas plurales y emocionalmente solventes. Que es lo que muchas personas defendemos.