¿Qué habríamos hecho de haber podido? Lo oigo mucho. Me inquieta la frecuencia cada vez más alta. No somos una sociedad que se caracterice por la comprensión de la debilidad ajena, así que la frase no es inocente. Si por una parte expresa la constatación de que nadie está libre de dejarse tentar y todo el mundo tiene sus áreas de debilidad y fragilidad, por otra tiende un manto exculpatorio y en cierto modo admirativo y fatalista. Es como si diéramos por cierto que ciertas posiciones conllevan por defecto malas prácticas. Bueno, pues mantengo que hay gente que actúa de otra forma. Quien no ha cambiado los datos de su renta o de su domicilio para conseguir una plaza escolar, quien ha dicho: “Perdona, pero me estás devolviendo de más”, quien no ha alargado innecesariamente su baja o quien no lo ha consentido, quien no se ha aprovechado de sus relaciones para llamar a tal o cual jurado o mesa de contratación y asegurar la beca o la adjudicación sustanciosa. Efectivamente, la gran mayoría no ha tenido cerca la posibilidad de hacer grandes pifias, pero muchos y muchas ni siquiera han considerado las pequeñas.
Sin embargo, es cierto que una corrupción y un arramplaje que puede llegar a parecer sistemático solo se desarrolla en una sociedad consentidora y acostumbrada a mirar hacia otro lado y ahí cada cual tendremos que acusarnos de acción u omisión y entender que la complicidad tiene sus grados pero no deja de ser una colaboración necesaria.
Hablando de estas cuestiones, una madre joven preguntaba el otro día: “¿Cómo vamos a educar?”. No está mal la pregunta. La contestación no debiera incluir solo a las criaturas, el mundo adulto está necesitado de un repaso en profundidad.