El Observador Permanente del Vaticano ante la ONU ha reivindicado que se reconozca “adecuadamente” la “contribución esencial de las mujeres al desarrollo de la sociedad, a través de su dedicación a su familia y a la crianza de la próxima generación”. Busquen la noticia, por favor, que si no me como este espacio citando.
Defiende el Ojeador Pertinaz que la maternidad es el rol femenino por antonomasia y niega que la igualdad pase por la transversalidad de roles (léase cosas que se hacen) femeninos y masculinos. Imagino que el reconocimiento adecuado que pide no es ni pasta, ni regulación de la jornada laboral ni jubilación digna. (¿Pagar amor con dinero? Eso sería feo ¿no? y caro). Como estatuas no nos interesan y las flores se marchitan, lo tenemos difícil.
¿Ignoro o minusvaloro la magnitud del trabajo de las madres? Ni harta de grifa. Al contrario, tengo una y pertenezco al club. Pero, carnet en mano, la experiencia propia y la ajena me dicen que ser mujer (léase persona, un concepto de difícil acceso para el Ojo Perenne) no se agota en ello. ¿Qué tal si le invitamos unos días entre unas cuantas y lo comprueba? Una beca de prácticas. Cuando a las mujeres nos ponen por las nubes o se habla de nuestra profundidad constitucional y nutricia suele ser para que no disputemos lo que se juega a ras de suelo. Espejicos y collares de cuentas de colores, señor Óculo Perpetuo. No cuela.
Tal vez en su organización podían empezar por firmar los 93 convenios internacionales de derechos humanos que aún no han suscrito, entre ellos la Declaración Universal. Cuando lo hagan, nos mandan copia escaneada y hablamos de lo de venirse. Creo que la cuestión va por ahí.