Que se va la olla y no para. Todo empezó porque la otra noche Camino recordaba un sucedido sanferminero que presenció en los ochenta en la plaza de los Fueros. De repente, apareció un león escapado del circo cercano y tras él, en piratas y camiseta, corriendo, Ángel Cristo, que no logró alcanzar ni mucho menos reducir al felino autónomo y por otra parte heráldico, que salió por sus fueros y por los de todos, que según frase acuñada son los cojones de Navarra, manda sinónimos. Al rato, el prófugo se metió en un garaje de la calle Gayarre y allí acabó el asunto rastreable. Yo lo había olvidado, imagino que como la inmensa parte de la ciudadanía que lo leyó en su momento pero al no presenciarlo lo sepultó bajo megagigas de información posterior. La hemeroteca sitúa el hecho el 11 de julio de 1982, un año en que nos cansamos de escuchar Juntos de Paloma San Basilio y Que no lastimen a tu corazón, de los Pecos. Irreconciliable pero cotidiana tensión aquí y en Java.
Al día siguiente, Santi saca a relucir las gónadas autóctonas a raíz de la publicación de El corralito foral, del periodista Iván Giménez, una meticulosa relación de la evolución de los grupos de poder, las familias relevantes y los agentes políticos y sociales de la Comunidad. Sus objetivos, sus movimientos, sus mecanismos de adaptación en un ecosistema cambiante. Selváticos leones en un espacio que se urbaniza. Si hacemos caso al autor, la banda sonora foral no ha cambiado en décadas, tal vez cierta fusión cosmética, poco más. Mientras tanto, olvidamos historias y al amparo de la desmemoria, a saber qué hacen los leones en los garajes.