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Camino de lo posible

No hace falta estar muy informado para reparar en que hoy nos jugamos mucho; nada menos que la posibilidad de un cambio social y político, algo más que el mero juego del quítate tú para que me ponga yo, temor este que no he podido ocultar en esta página a lo largo de los meses pasados. Me ha resultado decepcionante que las formaciones de izquierda no hayan sido capaces de llegar a un frente común. Pero lo cierto es que dentro y fuera de esas formaciones hay mucha gente, demasiada para no ser tenida en cuenta, que tiene fundadas esperanzas en que hoy se produzca al fin un cambio político que signifique una nueva andadura social para una parte de la ciudadanía que ha sido notablemente perjudicada por los últimos gobiernos padecidos. Sobran las siglas, las cifras y las referencias concretas porque cada lector puede poner aquellas que con seguridad recuerda en todos los órdenes de su vida cotidiana: vivienda, empleo, atención sanitaria, educación, justicia, libertades... las hemerotecas rebosan datos y noticias que provocan algo más que indignación y amargura. La historia reciente de este país es la del mal gobierno y la indecencia enmascarados con bambolla patriótica. Parece imposible que hayamos aguantado tanto. Hoy es el día en que esa siniestra situación puede empezar a cambiar. Un comienzo tan solo. El cambio real no es ni fácil ni puede ser inmediato. No hay milagros que valgan de por medio. Quienes aspiren a llevar a término un cambio político y social real tienen por delante una complicada tarea de reconstrucción y otra de construcción en la dirección contraria a la marcada hasta ahora. No es cosa de un día.

Tal vez haya llegado el momento de que cuente, y mucho, que tal y como decía un titular de prensa de hace unos días, el cohecho, la malversación, la prevaricación, el blanqueo de capitales, el fraude son delitos que pesan sobre muchos candidatos presentados en estas elecciones... Y también la mentira, el engaño doloso de la ciudadanía, el gato por liebre, la indecencia permanentes como ingredientes de la vida política. Es lo que hemos vivido en los últimos años. Lo disfracen como lo disfracen y nos cuenten lo que nos cuenten. No son creídos y lo saben, por muchos medios de comunicación que sean capaces de manipular y por muchos cómplices que tengan. El daño es cierto, el daño hasta tiene apariencia de legalidad irreprochable.

Pero con ser cierto y ninguna novedad lo que la noticia de prensa señalaba, se ve que hay quien disfruta siendo engañado, manipulado, burlado, expoliado y despojado de sus derechos y libertades. Contra esto poco puedes hacer; y menos ya contra quien nada ha hecho para sanear el clima social y político del país, al revés. No creo que este haya estado nunca tan enrarecido como lo está ahora. Los debates de la campaña electoral son una buena prueba de lo que digo: no se han ahorrado bajeza alguna. Utilizar el miedo y las falsedades a él aparejadas como arma política es propio de granujas y de estar convencido de la debilidad mental de parte de la ciudadanía a la que se puede manipular impunemente. El miedo no está enfrente, el miedo se viene sirviendo a diario desde el Gobierno: desahucios (minimizados), suicidios (silenciados), trabajo precario, multas, palos, ruinas, paro y pobreza, mucha, más de la que son capaces de reconocer hasta en privado... a qué seguir.

Quiero creer que hoy las cosas de esta vida nuestra pueden empezar a cambiar. Ojalá podamos celebrarlo cuando acabe el día. No somos adivinadores del porvenir, pero está claro que de nosotros depende este, cuando menos en parte. Basta decidir si damos crédito a quien propone un cambio o por el contrario a quien solo es capaz de ofrecer la pervivencia de un sistema que se ha revelado nefasto y que ha demostrado utilizar el poder en propio beneficio, despojándolo de su contenido social. Sería una pena que con las urnas de por medio nuestro futuro tan solo fuera una repetición tenaz del presente, una pena y un drama.