Lo de París ha mostrado cómo el otoño puede ser así de terrible, de cruel, de frío. Podemos decir que no se esperaba, sin duda porque el terror también lo es por no anunciarse. Y nos ha dejado un fin de semana extraño. No sabía si declararme en duelo o si atender a que por terrible que sea la provocación violenta no lo es más por ser París ni es menos la de ayer, la de mañana por ser en Siria o en Yemen o en cualquier otro lugar de este mundo cruel. Tampoco logro encajar las piezas de la infamia: que sean armas de países poderosos, el pasaporte de los asesinos, su creencia fanática, si esto es más guerra que otras guerras o si la única defensa es eliminar libertades públicas, dónde sucumbe la civilización ante la barbarie que no es bárbara, sino medida y evolucionada forma de violencia imposible sin la civilización a la que ataca. Y así hasta ciento: qué día fue en el que esto comenzó a ser posible, dónde está el desierto lejano del que emana el poder para disponer de las vidas, etcétera. Anoche volvíamos de disfrutar con la ficción globalizada del grupo Chévere con su montaje Citizen en el Gayarre y en la villavesa un amigo llevaba el Rubaiyat del poeta y astrónomo persa Omar Jayyam. Luego recordé ese verso: “Tu tristeza es inútil. Después de la muerte solo hay la nada o la misericordia”. A Jayyam en su tiempo le condenaron por impío, ahora otros enarbolan el mismo libro sagrado para justificar sus asesinatos, el horror.
No hemos cambiado tanto: seguimos teniendo respeto por las palabras de ciertos libros no porque, como en el Rubaiyatt, el verbo vuele sobre las pasiones y los miedos, sino porque les sirven a algunos de manual de instrucciones de sus armas. Y no se si esto tiene cura, salvo la nada o la misericordia. Decía El Perich: “’¡No maten más, por Dios!. Y especialmente: ¡No maten más por Dios!”.