Escucho una propaganda en la radio de un cojín lumbar maravilloso, capaz de arreglar todos los problemas de su vida sedentaria con sólo llamar al teléfono con la tarjeta de crédito a mano. Si lo anuncian en la radio y lo venden a millares por todo el mundo, será por algo: el argumento principal de estos productos milagro. El otro día leía una carta de unos homeópatas diciendo que lo suyo cura, que lo compran mucho, que lo avalan en ámbitos muy respetables. Es el argumentario de quien no puede ofrecer otra cosa que el recurso a la popularidad o a la ignorancia. No debería ser suficiente en un mundo más serio. Hoy, que es ese día extra que los astrónomos conseguimos una vez cada cuatro años para que el Sol siga saliendo por su sitio como corresponde (es broma), aprovecho para hacer una llamada a que no se dejen engañar sin, al menos, contraponer un poco de razón a esos cantos de sirena. Pueden leer, por ejemplo, el libro que J.M. Lopez Nicolás acaba de publicar, Vamos a comprar mentiras. Alimentos y cosméticos desmontados por la ciencia, o los que escribe J.M. Mulet (Medicina sin engaños, Comer sin miedo o Los productos naturales, ¡vaya timo!), porque, aunque puedan disentir en algo con estos científicos podrán al menos comprobar que lo que dicen está sustentado en pruebas, abierto al debate con los datos de la ciencia, no solo el porque yo lo valgo de las pseudoterapias y demás alternativas de moda.

Los cojines terapéuticos, como antes las almohadas de mariposa cervical, los parches de titanio, las powerbalance o esas pulseras magnéticas de todo tipo que han venido colándonos en medios de comunicación muy respetables, con el aval de conocidos y respetados facultativos y lo que hiciera falta, son un timo. Pero hay otras cosas que acaban matando. De eso hablaremos otro día, uno que no sea bisiesto.