Me pregunto si realmente hay más agresiones homófobas este año que el anterior o si simplemente ahora parece haberse comenzado a visibilizar de nuevo una violencia de odio que simplemente antes estaba escondida, o transformada en otras violencias de odio. El Observatorio contra la Homofobia de Catalunya, donde fue aprobada hace un año una ley pionera para proteger los derechos LGTBI, remarcaba hace unas semanas que no ha habido ni una sola sanción, ni las amenazas o insultos, que en muchos casos acaban en violencia física también, resultan condenadas de manera efectiva: las personas agredidas, a menudo, desisten de un largo proceso judicial, de ser expuestos en una sociedad que dice ser tolerante pero que en el fondo sigue estigmatizando a la gente por su identidad sexual y de género. Las redes sociales, con la inmediatez del dedo acusador y de la maledicencia digital, no ayudan, pero tampoco está claro que dado que también facilitan la denuncia, tengan un efecto neto negativo. La sociedad, eso sí, mira a otro lado como si fuera un problema de esos colectivos agredidos y no de todos.
En cierto modo, los sectores sociales en que se produce el insulto homófobo y por lo tanto la agresión, son también conocidos por conductas machistas o racistas. El hecho de que la parte más visible de esa violencia física se esté dando en grandes núcleos de población, como Madrid, abona la posibilidad de que allí donde estos grupos fascistas están más crecidos, son más numerosos y tienen a veces amparo de ciertas instituciones, se producen más ataques. Estamos muy lejos de contar con una sociedad realmente tolerante, y el que la homofobia (y lesbofobia, transfobia, etcétera...) no se perciba como un delito de odio y se combata específicamente, muchos colectivos minoritarios seguirán en peligro de exclusión social.