La serie Los Soprano revolucionó el mundo de la TV, regenerando la narrativa de este género. También era una vuelta de tuerca a las series familiares, una perversa comedia llena de violencia y corrupción. Y mafiosos. Entre otras genialidades, David Chase colocó al protagonista, un capitán de la mafia de Nueva Jersey, en un negocio de tapadera que tenía que ver con la “gestión de residuos” realmente premonitorio. Estos días en que el cielo del sur de Madrid se ha cubierto del negro de la quema de millones y millones de neumáticos, no he podido menos que pensar en que los Soprano de nuestro país están ahí tan panchos. No sé si tendrán que consultar al psiquiatra porque en el fondo nadie les ha puesto en el menor brete. Están ahí enriqueciéndose con la gestión de cualquier tipo de residuo, incluso haciendo residuos y cobrando ayudas, montando cárteles, quemando comarcas si hace falta, revendiendo derechos y ligados con fondos buitres y otros bajos fondos, con bancos y otras casas de lenocinio, con políticos y demás aves de rapiña fácil y rápida. Por Panamá porque hay que valerlo, pero con connivencias en todas las offshore que sean precisas. Con sus familias blanqueadas en las reuniones sociales más chic, y hasta comentando con estupor el arribismo de esos progres que no son parte de su juego (aún, piensan nerviosos, todo hay que decirlo, porque saben que tarde o temprano les tocará traerlos a su terreno o comprarlos o eliminarlos). Llevamos años viéndolos por todos los lados, y lo malo es que ahora que el país entero se estaba convirtiendo en basurero y demolición de lo que quedaba por vender a estas gentes, se les ha ocurrido que llegado el caso el fuego puede echar una mano. Y es que las series con delincuentes pueden servir también como análisis social. Incluso Cuéntame, qué cosas hemos de ver.
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