Un prestigioso ginecólogo italiano, el doctor Antinori, acaba de ser detenido por haber robado presuntamente seis óvulos a una enfermera española que realizaba prácticas en su clínica milanesa de reproducción asistida, intermediando, al parecer, engaño y fuerza. Un acto de depredación y rapiña sobre el cuerpo de una mujer localizado en un espacio en el que confluyen el deseo de tener hijos, los avances científicos, los intereses económicos y el debate ético y político.
Respecto a la primera cuestión, entendemos, si no lo hemos vivido, que para muchas personas tener hijos es un objetivo prioritario y su consecución condiciona su bienestar, del mismo modo que otras deciden no tenerlos aunque tal decisión no les ahorre la molestia de dar explicaciones.
En cuanto a la segunda, como dice la lúcida Verena Stolcke, resulta más fácil cambiar la biología que la sociedad y desde el nacimiento de la oveja Dolly, sin intervención de material celular masculino, supimos que la ciencia ficción nos había alcanzado, que los límites se ensanchaban y los instrumentos técnicos van a posibilitar cada vez más nuestros propósitos.
Si nos fijamos en la tercera, el capital que mueve el negocio de la reproducción, el presunto robo es un indicio. Los óvulos son escasos, se necesitan para investigar y para la reproducción asistida. Las campañas de donación dirigidas a jóvenes dan fe de ello. ¿Se han preguntado por qué mientras otras donaciones de órganos o tejidos se prestigian por su carácter altruista, el Ministerio sanciona la compensación económica ante la donación de óvulos? ¿Qué partes del cuerpo femenino y en qué condiciones se pueden vender o alquilar y cuáles no?
Y la cuarta, ¿es ético todo lo posible?, ¿no parece necesario pararse a pensar en qué valores y posiciones abonan las políticas y los mensajes que recibimos?