La Totoaba macdonaldi es un pez que llega a pesar cien kilos y a medir dos metros, y se va a extinguir porque unos imbéciles utilizan su vejiga natatoria para hacer una sopa que, afirman, tiene cualidades afrodisíacas y curativas. Cosas de la medicina tradicional china, esa tan querida por los memos de lo alternativo aquí en occidente. Los dólares chinos permiten que la pesca ilegal en el único santuario donde sobreviven unos pocos cientos de ejemplares de la totoaba, las costas mexicanas del golfo de California. Pero la barbaridad es aún mayor: porque en las redes donde perecen estos peces gordos también caen irremediablemente las Phocoena sinus, las vaquitas marinas, un cetáceo aún más en peligro: ni cien ejemplares quedan. Adiós, vaquitas y totoabas. Moriréis porque bien es sabido que las tradiciones orientales son más importantes que nada en el mundo. No os vais a ir solas, y no deja de ser impresionante el nivel de perversidad de la ignorancia humana. La artritis de los chinos ricos requiere huesos de tigre. Lo dice, ya imaginan, la medicina tradicional, que también aprovecha otras partes de este animal en peligro de extinción: quedan menos de 3.000 ejemplares salvajes de Panthera tigris. Y posiblemente nos quedaremos solo con las poblaciones que se mantienen en cautividad. Adiós, tigre.

Ay, pero también los tiburones. El aceite de tiburón es un producto de lujo en China. Y allí y en muchos otros lugares del mundo se comercia con productos del cartílago de este escualo porque se han inventado, sin ninguna verdad pero mucha tradición, que eso lo cura todo, incluido el cáncer. Adiós también, tiburones. Qué más da que se haya prohibido oficialmente ese comercio que extinguirá a estas y otras especies. Tradición e interés les sentencian. Ahora, humanos, seguid defendiendo esas medicinas de moda.