Estas semanas de campaña electoral estuve hablando de cómo extinguimos animalitos por la necedad humana. Lo hacía por propia preocupación y también por no tener que hablar de ello (ni de fútbol). Vínose a sumar el asunto ese del referéndum británico para dar color al comienzo del verano. Hoy ya es lunes y nos dan en la frente con los resultados electorales. ¿Sorpresa? Les remito a lo que sucedió el lunes 21 de diciembre y a lo que vino después. ¿A qué distancia emocional quedan en este momento las barbaridades, corrupciones y abusos de poder del Gobierno de España? Ah, perdón, presuntos, quiero decir: presuntas barbaridades, presuntas corrupciones, presuntos robos y presuntos engaños, presuntos abusos de poder y presunta utilización de los más sucios (presuntamente) recovecos del Estado para robar y engañar, es decir, lo que viene siendo la política popular (presuntamente hablando, ya saben que hay que llenar de presunciones el discurrir porque se montaron una ley para legalizar la censura).

Una vez más fui a votar a los de siempre, con el convencimiento de que, como siempre, otros (muchos más, quiero decir) votarán a los que dejarán este país de nuevo hecho una mierda. Aproveché estos días pasados para encontrar si realmente en lo social o en lo económico había algo más allá del populismo. Si alguien se preocupaba por sacar a este país del estercolero de mediocridad en que nos tienen metidos. Pero fue imposible, porque volví, como seis meses antes, a sufrir el imperio de los incultos y los necios, el argumento cutre y la consigna de mercadotecnia electoral. ¿Sorpresa? Ahora, a comenzar la semana y a contar futuros posibles. Es un decir, no se preocupen, que tenemos en nada los Sanfermines, qué paz. Como en La vida de Brian, la peli más mentada cuando se habla de la política española (aunque sea inglesa...).