Ya saben que quien esto escribe es partidario de la razón y la ciencia, en ese orden además. Por encima de otras maneras de gobernar el conocimiento, la ciencia nos está proporcionando la manera de poder llegar a humanizar nuestra especie, como decía Eudald Carbonell. Aunque a veces el propio sistema nos lo pone difícil, como cuando la ciencia se pervierte y se endulza alabando al poderoso o mirando para otro lado que de más ganancias. Hace unas semanas, unos investigadores revisaron documentación sobre cómo el lobby azucarero estadounidense recondujo los estudios sobre factores que afectaban la salud cardiovascular para que mirara más a las carnes y a las grasas que al azúcar. Los datos son circunstanciales pero parece claro que a la vez que desde el boyante negocio de lo dulce el dinero promocionaba estudios en el sector biomédico, aparecían más resultados que no se fijaban apenas en lo que comenzaba a ser patente, y es que el consumo de azúcar era un factor de riesgo en las enfermedades coronarias. Las miradas se fijaron en las grasas, que eran peores (aunque cabe pensar que quizá el sector ganadero no había pagado tanto). La promoción del sobreconsumo de azúcar en la comida convirtió al mundo rico en un mundo obeso. Y ahora pagamos las consecuencias. De la misma forma que la demostrada ocultación de estudios científicos y su manipulación se nutría del sector tabaquero, dinero que pagaba contrapropaganda que acalló la ciencia de verdad en el tema de los efectos del tabaquismo. Y así estamos tras decenios de impunidad. ¿Quién nos protege de la ciencia patológica?
Aunque en una escala muy diferente, pero en el mismo departamento de corrupción por el interés económico, resulta que todavía hay piezas defectuosas en un par de centrales nucleares en funcionamiento. ¡Desde 1965! Como para estar tranquilos.