Realmente hasta 1966 no hubo una ley que regulara el bienestar animal de aquellos seres que se iban a exhibir públicamente o a someter a experimentación científica; luego las normativas se multiplicaron en muchos países, incrementado la protección llegando -en los más avanzados, ricos y cultos- a incorporar mecanismos que aseguran que no se use animales en la experimentación científica sin una adecuada justificación y con un absoluto control ético externo. Sin embargo, la duda que se había sembrado, que en parte era razonable porque durante muchísimo tiempo no se consideró necesaria una salvaguarda ética en el asunto, alimentó un activismo contrario a la experimentación contra el que simplemente se intentó hacer desaparecer la evidencia. No hablar, no dejarse ver... algo que parecía reconocer la culpabilidad, mientras en los laboratorios se buscaban métodos más piadosos, las investigaciones se justificaban más que nunca y los investigadores sufrían doblemente por saber que su trabajo era necesario pero que ni siquiera podían atreverse a solicitar apoyo ni comprensión.

Una campaña consiguió el año pasado más de un millón de firmas para exigir la prohibición de la vivisección y en general de la experimentación animal en Europa. No fue aprobada, pero esa lucha cuenta con la simpatía de muchas personas y con una imagen positiva que sin embargo soslaya otras cuestiones éticas también relevantes. Entre otras cosas porque se ha hablado y explicado poco cómo se experimenta con animales, ni por qué se hace o qué se consigue, en medicina y veterinaria. Ahora, una iniciativa de la Confederación de Sociedades Científicas de España promueve la transparencia y quiere llegar a la sociedad, porque somos nosotros quienes debemos poder decidir con los datos reales, no solo con las consignas. Quizá sea un poco tarde, pero era algo necesario: bienvenido sea.