Treinta y siete personas, de los que una veintena son antiguos cargos públicos del PP -seis exministros incluidos- se sientan a partir de hoy, con Luis Bárcenas a la cabeza, en la Audiencia Nacional, donde se va a juzgar “la primera época de Gürtel”. Mientras, en ese mismo tribunal cumple una semana la vista por las tarjetas B de Caja Madrid. Ahí, aunque el plantel de los presuntos delincuentes es insultantemente transversal, domina también el azul de la gaviota, con Rato y Blesa como figuras visibles. Fuera de la capital del Estado, continúa en Valencia el desfile casi diario de gerifaltes del mismo partido entrando y saliendo de los tribunales, mientras las cámaras persiguen a Rita Barberá, acogida a sagrado en el Senado. Lo que se juzga y lo que todavía está por juzgar es de tal calibre que lo natural sería que de todo ello resultara un otoño de infarto para el PP, que alejara a Mariano Rajoy hasta límites siderales de cualquier opción de gobernar. Nada de eso ocurre ni va a ocurrir. De no mediar un acontecimiento de signo milagroso, el partido de la corrupción por antonomasia va a salir de este fangal sin apenas mancharse los zapatos, repitiendo su líder al frente del ejecutivo, tanto si hay nuevos comicios como si no. El nimio castigo sufrido por el PP en las dos últimas elecciones generales consecutivas ha dejado meridianamente clara la patológica tolerancia de gran parte del electorado con la pública deshonestidad de este partido. También el PSOE, que podía haber hecho que la historia se escribiera de otra manera, se ha acabado plegando a quienes, dentro de él, consideran poco más que una anécdota el robo a las arcas públicas y el deterioro de los derechos sociales. A ello se une la incompetencia y arrogancia de buena parte de los emergentes, y ya volvemos a tener a Rajoy en la Moncloa otros 4 años más.
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