No quisiera estar en la piel de un guardiacivil destinado en alguno de los pueblos de nuestro cuadrante norte. Tiene que ser duro vivir en un lugar donde, en general, eres poco querido. Sucedía cuando ETA mataba, y parece que poco ha cambiado en los cinco años transcurridos desde el final de sus atentados. Aún hay gente dispuesta a mantener el rencor y el odio, aunque no toda esté en la izquierda abertzale. A veces da la impresión de que al Cuerpo le dan instrucciones para seguir actuando en esta zona casi como en los tiempos de la cloratita. Sorprende poco el eco alcanzado por la trifulca de la otra madrugada en Alsasua. La visión de dos guardiaciviles y sus parejas casi linchados por una horda de abertzales nos retrotraen a tiempos que dábamos por terminados. A la versión oficial, sin embargo, le han sucedido otras, mucho menos publicitadas, pero con abundancia de matices. Parece que se investiga si lo ocurrido constituye delito de terrorismo. No es intrascendente. Hasta hace poco, prender fuego a una papelera al grito de “¡viva la madre que me parió!” se castigaba con una multa para el gamberro y el deber de resarcir al Ayuntamiento por el mobiliario urbano arruinado. Sin embargo, por el mismo acto acompañado de un “gora ETA!” vas a la Audiencia Nacional. ¿Qué ocurrió realmente a las 5 de la madrugada del sábado en el Koxka alsasuarra? A saber. La edición del lunes de este periódico acostumbra a dar rutinaria cuenta de las intervenciones policiales con motivo de peleas nocturnas, a veces brutales, durante el fin de semana. El alcohol no siempre anima el espíritu. También nubla la mente, afila la lengua y despierta agresivos instintos en sus devotos. En ocasiones, la fiebre del sábado noche la enfrían vasos rotos y ojos morados, rematados por una comparecencia ante el juez de guardia. Todo deplorable, pero nada extraordinario.
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