cada año acaban llegando esas semanas en que hablamos de ciencia y la llevamos a la calle, al menos un rato. Lo haremos hoy, siete de noviembre, y será en la Plaza del Castillo a partir de las 17.30. Si lo está leyendo después, se lo perdió (o no), y si no aún está a tiempo de acercarse. En cualquier caso hasta mediados de mes, no solamente en Pamplona sino también en muchos otros lugares de toda Europa, algunos chalados abren sus laboratorios, otras se lanzan a la calle con la bata (de científica) y procuramos ocupar espacios de museos y otros centros, no sólo de ciencia, para contar cosas que nos cambian la vida. Generalmente para bien, todo hay que decirlo, pero más generalmente sin que nosotros seamos demasiado conscientes de lo importante que es esta parte de la cultura. Es cierto, una vez más, al celebrar las semanas de la ciencia hay que recordar que vivimos en un país que ha desamortizado la ciencia, malvendiéndola como mano de obra muy calificada a precio de saldo al país que quiera pagar un sueldo mínimo, que aquí ni eso. Vivimos en ese país en el que tras casi un año de propaganda y pornografía electoralista no se ha mencionado a la ciencia, ni tampoco a la cultura o casi ni a la educación, porque simplemente ni da ni quita votos, y se sabe bien que para mover el ánimo de la peña basta con montar un buen partido de fútbol o una casposa reedición de un reality.
Y a pesar de todo, un año más, hacemos de tripas corazón y queremos volver a emocionar con la ciencia que nos puede salvar la vida, que nos puede hacer perdonar por las generaciones futuras si conseguimos no cargarnos demasiado el mundo que usufructuamos. Quizá estas semanas consigamos que alguna niña, algún niño, se anime a comenzar un camino de conocimiento que le lleve a descubrir algo para que vivamos mejor. Ojalá.