Cada mes (cada veintinueve días y medio con una razonablemente buena precisión) viene la luna llena a saludarnos durante esas noches que son, curiosamente, las únicas en que la gente se suele dar cuenta de que hay Luna en el cielo. Los más pequeños no, ellos van siguiendo desde que el finísimo creciente lunar aparece tras el hilal de los musulmanes aún en la luz del crepúsculo de la tarde, hasta que pasado el plenilunio les mandan a la cama antes de que salga la Luna. Igualmente luego la verán por la mañana cuando van camino del cole. Los más pequeños saben de esas cosas porque se fijan en el mundo que viven. Luego les enseñamos a atender más a lo que nos dicen los medios de comunicación, lo que repite la tele y todo eso, y con ello se suelen olvidar de la Luna.
Viene esto a colación de la superluna que no hay hoy, porque no hay superlunas ni nunca las hubo, salvo en la charla mentirosa de un astrólogo con éxito en EEUU que, lamentablemente, han adoptado instituciones que uno esperaría que fueran más respetuosas con el conocimiento científico como la NASA. Desde hace cuatro años, algún gabinete de comunicación de esta agencia (también de otros institutos científicos) se pone a crear falsas expectativas varias veces al año, anunciando la superluna de marras y que no volverá a verse en años. Paparruchas, supercherías, o sea, mentiras: hoy (como ayer) la Luna estará preciosa en el cielo, y aunque la veamos en el cielo exactamente igual que la del pasado 17 de octubre o del próximo 14 de diciembre, por culpa de la enorme ignorancia que tenemos los adultos con las cosas que suceden en el mundo y de la gran ingenuidad al creernos lo que viene en los periódicos, todos habréis creído ver una superluna. Y muchos afirmaréis que, en efecto, era superlativa. Pues os la han dado con queso, queridos.