Estepicursores
Iñaki Rekarte y Fernando Aramburu son, creo yo, los dos paisanos más requeridos este siglo para aclarar nuestro reciente horror. Los más mediáticos, si se prefiere. Ambos han descrito de forma nítida y magistral el clima en el que creció la serpiente y la naturaleza de sus hachazos. También han recordado que junto al infierno del fanatismo etarra se cimentó el viacrucis de la tortura. Es un gesto que les honra, pues ni la vida del que fuera terrorista ni la carrera del escritor ganan nada señalando un delito tan grave como negado o disculpado allí donde son muy aplaudidos.
Tras dar a conocer en foros de gran audiencia la bolsa en la cabeza y los electrodos en los testículos, ningún fundamentalista de la otra patria - sí, hay más patrias - los ha tachado de mentirosos. Ningún juez preocupado por la picana en Argentina los ha llamado a declarar, sea para revisar sentencias o por difamación. Ningún intelectual los ha calificado de tontos útiles o cómplices del terror. Ninguna institución uniformada ha expresado su indignación y presentado una querella. Casi ningún periodista ha buceado en la bañera para completar el famoso relato. Poquísimos lectores u oyentes comunes se han escandalizado y enviado cartas al director. Y muchísimos incluso han blanqueado la somanta y pedido más, más, más, todos queremos más.
Y es que en España surge la palabra tortura y frente al espejo ético y legal ruedan mudas las bolas del Oeste, los estepicursores. Aunque algo se ha avanzado. Ayer te denunciaban por sugerir que quizás a un detenido con la costilla rota se le había roto esa costilla, vaya casualidad, en comisaría. Ahora pasan. En jerga de chavalería: o sea, sin más.