Cada año constato en una columna la iniquidad que colectivamente, esto es, en cuanto a la gobernanza internacional de que nos dotamos, es preponderante cuando intentamos buscar un futuro sostenible. Marrakech se suma así a la creciente lista de ciudades ligadas a las cumbres del cambio climático que podrían haber sido, pero no fueron, las que realmente marcaran el comienzo de una nueva forma de entender la responsabilidad que tenemos con el planeta que arrendamos y con el futuro de nuestros descendientes. Acabo de releer las columnas de los últimos años y veo que no podré decir nada nuevo, ni más esperanzador, ni puedo engañarme. A lo más celebrar que este año siga batiendo récords en cuanto a lo de cálido. Un desastre. No deja de ser notable que una de las acepciones en castellano de la palabra con que designamos al promedio del tiempo meteorológico en series largas, el que marca cómo es la vida que puede sobrevivir en estas circunstancias, clima, sea la que describe el ambiente, las condiciones y circunstancias que rodean la actividad humana: el clima político, tan caliente y tan desesperado a veces, el clima cultural, puro climaterio diríamos... Con ello posiblemente marcamos cómo nos afecta aquello que nos rodea, cómo la realidad personal no es sino parte de una realidad colectiva en la que todo lo que está en torno nuestro es tan importante. Yo, pero mi circunstancia ante todo, en plan más filosófico.
La pregunta, y ahora con el señor Trump a punto de gobernar el mundo por la parte que le toca, es si debemos permitir la impunidad que hemos tolerado siempre en lo del clima. Ahora nos viene alguien que lejos de avanzar (lo que no hicieron realmente sus predecesores) nos devuelve a la casilla de salida con argumentos peregrinos y suicidas. ¿No es hora entonces de decir basta?