El caso de la niña con una enfermedad rara cuyo padre conmovió al país entero (conmoviendo a unos cuantos famosos comunicadores) que ha sido desmontado por el periodista científico Manuel Ansede esta semana nos deja helados e incómodos. Por un lado, como siempre pasa ante quien se aprovecha de una desgracia, porque no hay nada más inmoral que usar a un menor, a un enfermo o a un menor enfermo (todo junto) para explotar nuestros sentimientos compasivos y solidarios y sacar pasta. La cuestión tiene honda raigambre en la picaresca española, pero ni siquiera es patrimonio de nuestro país, porque en todas las culturas se ha puesto a los menores por delante para pedir y delinquir en todas sus variadas formas. Y hasta los políticos más renombrados se buscan un bebé para un beso casualmente electoral.
La otra parte oscura de la historia de Nadia Nerea es la de la ingenuidad de quien no debe permitirse ser ingenuo. No es la primera vez que vemos un timo o una estupidez abanderada por un periodista famoso, o por un famoso sin más (lo que pasa es que al periodista se le supone una mínima capacidad de discernimiento). Peor aún, en esta época de adoración del buen rollo y la viralidad de los mensajes guais, el conjunto de la empresa de comunicación suspende el juicio y nos muestra una conmovedora historia apelando al corazón. Luego dirán que son implacables con la verdad y que tienen un compromiso con ella. Zarandajas: solidarios e ingenuos como todo pichipata, como esos que se empeñan en mandarme avisos de un último email con virus, o esa campaña de apadrinar a un enfermito que ya era falsa hace diez años. Antes, llegaban al buzón anónimamente con una peseta pegada con cello. Ahora... ay, salen hasta en la tele y las redes sociales. Pero son igualmente producto de un solidario muy ingenuo. Gobernados estamos por ellos.