después de ver llorar y pedir perdón a la gran Patti Smith en Estocolmo vale todo. Si una de las artistas más rotundas y honestas que ha parido el punk en particular y la música en general se emociona como una niña? las que nos conformamos con mayores mediocridades tenemos licencia para ablandarnos como mantequilla untada por Julie Andrews. ¡Así que hoy escribiré sobre los idílicos huertos urbanos!

Esta semana se ha sembrado la semilla teórica de los jardines comestibles que pronto sembrarán Pamplona de brócolis, zanahorias y pimientos. Los restaurantes los patrocinarán y así dispondrán de materia prima de puro kilómetro cero. Importante, porque hoy si tienes la huerta a más de media hora de la cocina? estás muerto, amigo hostelero. Esto invita al viandante a echar un vistazo y salivar como quien se acerca a la pecera de marisco y señala la langosta. No me parece mal. Siempre que los dueños de los perros de ciudad estén bien educados y no permitan a sus vástagos prodigarse en lluvias doradas sobre lo que asome de la tierra. Y siempre que el CO2, más urbanita que el asfalto, no deje poso en la futura menestra. Sí, es una idea bonita. Romántica, pedagógica y práctica. Y me lleva de la mano hasta la huerta que los vecinos del barrio del Born de Barcelona, mi otra patria sentimental, hicieron brotar en una zona de pisos expropiados a jubilados de renta antigua, el Forat de la Vergonya. Ese recuadro de tierra delimitado por una valla de madera como la que dibujaría un niño surgió del bolsillo de los vecinos y quizá sea el único caso de algo nacido okupa que hoy recibe subvención municipal. Los ayuntamientos, como Patti, también se ablandan a veces. Zorionak, Proyecto Biochef!