Una de las imágenes del año 2016, a punto de acabarse, fue el conjunto de las portadas del 13 de febrero, en las que, salvo curiosas excepciones, aparecía un extraño gráfico en colores que representaba la fusión de dos agujeros negros o bien Einstein en su pizarra. O las dos a la vez: era el día siguiente al anuncio del descubrimiento de las ondas gravitacionales, el nacimiento de una nueva forma de astronomía que no solo confirmaba la teoría general de la relatividad de Albert Einstein presentada un siglo antes, sino que abre un nuevo universo de posibilidades de estudio para la ciencia. No es raro que casi todos los resúmenes del año consideren esta noticia como el avance científico más destacado de 2016.

También el año nos brindó la oportunidad de confirmar que la estrella más cercana al Sol tiene un planeta que podría resultar habitable. En el Planetario tuvimos al líder del equipo que consiguió descifrar la débil luz de esa estrella diminuta, Guillem Anglada, uno de los principales científicos del año según Nature. Ambos descubrimientos nos acercan imágenes sorprendentes del Universo, aunque nos queden lejos del día a día. Menos que la inteligencia artificial que, en forma de ordenador, ha sido este año capaz de vencer a los humanos en el complejo juego del Go, con una estrategia sencilla pero demoledora: aprendiendo a hacerlo mejor que cualquier rival. Y otros temas que nos están cambiando el mundo aunque por el momento ni nos demos cuenta. Quizá porque todo esto son cosas de ciencia, aunque nos traigan avances en la medicina, promesas de vivir más y mejor o desafíos que nos tendrán muy ocupados, parece que no cuenta para mucha gente. Es de ciencias, esa cosa rara y friki a la que nunca le cae un euro, que no parece cosa nuestra, sino de otros: ellos, esos, que inventen...